«  Regresa
¿Hubo alguna vez ciudad en esta isla del Encanto?, o la memoria secuestrada de un país
In the theater of the past that is constituted by memory, the stage setting maintains the characters in their dominant roles. At times we think we know ourselves in time, when all we know is a sequence of fixations in the spaces of the being's stability – a being who does not want to melt away, and who, even in the past, when he sets out in search of things past, wants time to "suspend" its flight. In its countless alveoli space contains compressed time. That is what space is for.

Gaston Bachelard, The Poetics of Space

La ciudad constituye un artefacto cultural significativo muy complejo que ha persistido a través de innumerables cambios socioeconómicos, y que reúne un conjunto de funciones tanto materiales como simbólicas: entre otras, aldea, cosmogonía, templo, fuente, fortificación; plaza y teatro – lugares polifónicos de la representación –, locus de la memoria colectiva, espacio del deseo y del poder, de lo imaginativo y lo lúdico, escritura.
         La significación vital de la ciudad reside no tan sólo en el hecho de representar una concentración de poder – mediante la validación de un instrumento de autoridad – y de sacralidad, sino en el ser un objeto cultural: polariza, almacena y transmite la cultura. La ciudad funciona como una especie de transformador de las energías de la comunidad, en actividades que sólo se desempeñan en su recinto, a formas simbólicas que conserva y recuerda: "The ability to transmit in symbolic forms and human patterns a representative portion of a culture is the great mark of the city […]".1 Como invención colectiva de la civilización, sólo el lenguaje supera a la ciudad como transmisor de cultura. La actividad acumulativa de la ciudad hace de ésta el órgano esencial de dicho proceso: la ciudad vive de y en nuestra memoria.
         San Juan es una ciudad policéntrica cuyo centro funcional y afectivo, el espacio que en el momento fundacional debió de ser sagrado, se ha desplazado sucesivamente. Del casco originario que constituye la isleta del Viejo San Juan al Oeste y que predominó hasta la década del 1930, el centro gravitó hacia Santurce, hacia el Este, durante la década del 1950, y hacia Hato Rey al sur a mediados del 1960. Alrededor de estos centros proliferaron los arrabales, en La Perla y la isleta de Puerta de Tierra; El Fanguito, Martín Peña y Trastalleres. El viejo casco es español y las zonas más modernas de Santurce – inclusive las zonas hotelera y residencial de Isla Verde y El Condado – y de Hato Rey se pueden asociar con los cánones edilicios norteamericanos. En este momento, sin embargo, lo que caracteriza esta "ciudad" es el desparramamiento urbano, que surge con las primeras urbanizaciones y parece no tener fin. ¿Dónde empieza, dónde termina San Juan?
         Según escribo estas líneas, redescubro mi desencanto o, más bien, la nostalgia del lugar que habito hace más de cuarenta años, que se me mezcla con la del que dejé: Cuba y Puerto Rico, de un pájaro… Ese enorme palimpsesto, de capa sobre capa de significaciones y resignificaciones que es la ciudad, nos evade; nuestra memoria es un largo exilio, particularmente desde la proliferación de urbanizaciones, malls y autopistas en los lugares que pudieron alguna vez constituirse en ciudad, con sus propios ríos, paseos y plazas; es decir, en una ciudad a la medida del hombre. Cada vez más, se percibe como un no-lugar – o un lugar como todos los demás, genérico como los Burger Kings y los McDs – modelo que, acríticamente, se ha adoptado para no escoger ser nada, como la quinta columna, y como el invento del purgatorio… También se me ocurre – no sé si la idea resulte demasiado peregrina – vincular esta ausencia de ciudad con la pervivencia de nuestros nacionalismos que son, en un mundo de fronteras cada vez más desdibujadas, la más franca expresión del anacronismo y la reacción y que, sin embargo, se podrían explicar a partir de estas ausencias. Es decir, se nos han escamoteado la ciudad y la nación, el sentido de pertenencia a un lugar, y sólo se nos ocurre ponernos folklóricos.
          A Víctor Hugo le preocupaba, hacia principios del siglo diecinueve, que el libro hubiera matado a la ciudad, crónica de piedra; así lo expresó en su novela Nôtre Dame de Paris:

Thus, until the coming of Gutenberg, architecture was the main, the universal form of writing. This book of granite was begun in the Orient, carried on by Greek and Roman antiquity, and the last page was written in the Middle Ages.2
          Un siglo más tarde, hacia 1924, a Louis Aragon le preocupó, más concretamente – y, por supuesto, este hecho es más pertinente para nuestra actualidad, puesto que de aquí podría arrancar– la haussmannización de París, según se evidencia en su novela Paris Peasant:
The great American passion for city planning, imported into Paris by a prefect of police during the Second Empire and now being applied to the task of redrawing the map of our capital in straight lines, will soon spell the doom of these human aquariums [passages].3
          En esta novela híbrida, Aragon incluye diversos textos, entre éstos numerosos anuncios de pequeños comerciantes que, expropiados, se ven forzados a vender sus mercaderías y equipo; por citar algún ejemplo:
THE BD HAUSSMANN BUILDING SOCIETY
Several of the small tradesmen who have been victimized for the benefit of huge enterprises such as the Galleries Lafayette 4 are, we learn, on the point of seeking relief from the competent judicial authorities. But there can be no doubt that the City of Paris was fully aware of all the underhand deals and corrupt practices which have studded the history of the Boulevard Haussmann Building Society.
What is quite certain is that, at the very least, the compensation payments should have been allocated equitably. But the majority of the members of the Town Council – and this is a matter of public scandal – are shamefully involved in the misappropriation of public funds, and got themselves elected solely in order to pursue such activities.
Now, it may not be long before we learn some interesting facts. And thanks to the legitimate indignation of these shabbily treated tradesmen, it will be possible to lift the veil concealing the skullduggery of our aediles and of certain big financial sharks.5
          Ahora, a casi un siglo de distancia, el problema fundamental es el automóvil. Con la implantación de los suburbios – orientación urbanística enemiga de la ciudad – se separa al individuo de la ciudad, que termina perdiendo el sentido de la obra, de la realidad urbana legible. Las estadísticas más recientes sugieren la inverosímil cifra de dos automóviles por cada tres habitantes, en una isla proverbialmente pequeña. Con este fenómeno, cuyos orígenes se remiten a los últimos cincuenta años, se acaba de desvanecer una ciudad que acaso nunca pudo ser, como proféticamente cantó Pablo Milanés: "ala que cayó al mar, / que no pudo volar", intertextualizando los versos de Lola Rodríguez. Como elemento disgregador del aura de la ciudad, según la definió Walter Benjamin,6 Susan Buck-Morss comenta acerca del automóvil:
Today it is clear to any pedestrian in Paris that within public space, automobiles are the dominant and predatory species. They penetrate the city's aura so routinely that it disintegrates faster than it can coalesce.7
          Por otra parte, Saúl Yurkievich comenta que el automóvil se convierte – con el poeta Apollinaire – en un símbolo, "no de un mero desplazamiento espacial, sino del acceso de una era a otra."8
         Planteamientos respecto de la ausencia – o, acaso, de la mediatización – de ciudad, y respecto de la invasión acelerada del automóvil, así como de nuestro desarrollo vertiginoso, que podría dar cuenta de nuestra ausencia de cultura urbana, los han hecho varios estudiosos, desde diversas perspectivas. Entre éstos, Juan Marqués Mera propone lo siguiente:
Más que terminar en algún lugar, la ciudad de San Juan hoy se escurre en suburbios que se escurren y se confunden, a su vez, con suburbios escurridos de otras ciudades. Los límites entre los espacios urbanos y los rurales quedan borrosos en un Puerto Rico que llegó al siglo XXI como un nublado híbrido de isla-ciudad-suburbio-exurbio. […] de todas las novedades técnicas, [el automóvil] ha sido el responsable de las alteraciones más significativas en los aspectos físicos de la ciudad.9
          Para Henri Lefebvre, la burguesía no ha creado en cuanto clase; ha reemplazado la obra arquitectónica y urbanística – de la que disfrutaron los antiguos – por el producto; el valor de uso por el valor de cambio. La conciencia social, entonces, traslada su punto de referencia de la producción al consumo, al fetiche de la mercancía. Se oponen, así, el valor de uso (la ciudad y la vida urbana, el tiempo urbano) y el valor de cambio (los espacios comprados y vendidos, el consumo de productos, bienes, lugares y signos). A estos efectos, señala:
La ciudad y la realidad urbana son reveladoras del valor de uso. El valor de cambio, la generalización de la mercancía por obra de la industrialización, tienden a destruir, subordinándosela, la ciudad y la realidad urbana, refugios del valor de uso, gérmenes de un predominio virtual y de una revalorización del uso.10
          La conciencia de la ciudad se atrofia tanto como la realidad urbana. A partir de esta alienación –que se traduce en un esfuerzo impotente hacia la conservación de la estructura y la coherencia, en el conflicto entre una densa red de comunicaciones y el aislamiento de la conciencia individual, en la introducción masiva de lo aleatorio y de la oposición entre tecnificación y subjetividad – se suscita la ilusión ontológica que confunde ser con representación. ¿Quiénes somos? ¿Nos interesa aún hacer ciudad? ¿Es aún posible?

Yolanda Izquierdo, PhD

Yolanda Izquierdo nació en la ciudad de La Habana en 1954, y reside en San Juan desde 1961.
         Completó su B.A. en la Universidad de Puerto Rico en 1975, y en Madrid, en la Universidad Complutense, hizo el primer ciclo de la Licenciatura en Filología Hispánica, entre los años 1976 y 1979.
          De regreso a Puerto Rico, culmino su maestria -con una tesis sobre la novela Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde - y su  doctorado, con una tesis sobre Alejo Carpentier y Guillermo Cabrera Infante, la cual obtuvo el Premio Luis Llorens Torres 1999 de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, en la Universidad de Puerto Rico. Ejerce como catedrática asociada en el Departamento de Humanidades de la Facultad de Estudios Generales, y dicta cursos en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Facultad de Humanidades y en la Escuela de Arquitectura.  Yolanda Izquierdo ha publicado varios ensayos en revistas, así como el libro Acoso y ocaso de una ciudad: La Habana de Alejo Carpentier y Guillermo Cabrera Infante (Isla Negra/DEGI UPR, 2002), que acaba de recibir Mención Honorífica del Instituto de Cultura  Puertorriqueña. Ha sido también editora de textos escolares para Ediciones Santillana, y de textos de historia de la arquitectura para el Archivo de Arquitectura y Conservacion de la Universidad de Puerto Rico.

Logo Arte Público