La ciudad constituye un artefacto cultural significativo muy complejo que
ha persistido a través de innumerables cambios socioeconómicos,
y que reúne un conjunto de funciones tanto materiales como simbólicas:
entre otras, aldea, cosmogonía, templo, fuente, fortificación;
plaza y teatro – lugares polifónicos de la representación –,
locus de la memoria colectiva, espacio del deseo y del poder, de lo imaginativo
y lo lúdico, escritura.
La significación
vital de la ciudad reside no tan sólo en el hecho de representar una concentración
de poder – mediante la validación de un instrumento de autoridad – y
de sacralidad, sino en el ser un objeto cultural: polariza, almacena y transmite
la cultura. La ciudad funciona como una especie de transformador de las energías
de la comunidad, en actividades que sólo se desempeñan en su recinto,
a formas simbólicas que conserva y recuerda: "The ability to transmit
in symbolic forms and human patterns a representative portion of a culture is
the great mark of the city […]".1 Como
invención colectiva de la civilización, sólo el lenguaje
supera a la ciudad como transmisor de cultura. La actividad acumulativa de la
ciudad hace de ésta el órgano esencial de dicho proceso: la ciudad
vive de y en nuestra memoria.
San Juan es una ciudad
policéntrica cuyo centro funcional y afectivo, el espacio que en el momento
fundacional debió de ser sagrado, se ha desplazado sucesivamente. Del
casco originario que constituye la isleta del Viejo San Juan al Oeste y que predominó hasta
la década del 1930, el centro gravitó hacia Santurce, hacia el
Este, durante la década del 1950, y hacia Hato Rey al sur a mediados del
1960. Alrededor de estos centros proliferaron los arrabales, en La Perla y la
isleta de Puerta de Tierra; El Fanguito, Martín Peña y Trastalleres.
El viejo casco es español y las zonas más modernas de Santurce – inclusive
las zonas hotelera y residencial de Isla Verde y El Condado – y de Hato
Rey se pueden asociar con los cánones edilicios norteamericanos. En este
momento, sin embargo, lo que caracteriza esta "ciudad" es el desparramamiento
urbano, que surge con las primeras urbanizaciones y parece no tener fin. ¿Dónde
empieza, dónde termina San Juan?
Según escribo estas
líneas, redescubro mi desencanto o, más bien, la nostalgia del
lugar que habito hace más de cuarenta años, que se me mezcla con
la del que dejé: Cuba y Puerto Rico, de un pájaro… Ese enorme
palimpsesto, de capa sobre capa de significaciones y resignificaciones que es
la ciudad, nos evade; nuestra memoria es un largo exilio, particularmente desde
la proliferación de urbanizaciones, malls y autopistas en los lugares
que pudieron alguna vez constituirse en ciudad, con sus propios ríos,
paseos y plazas; es decir, en una ciudad a la medida del hombre. Cada vez más,
se percibe como un no-lugar – o un lugar como todos los demás, genérico
como los Burger Kings y los McDs – modelo que, acríticamente, se
ha adoptado para no escoger ser nada, como la quinta columna, y como el invento
del purgatorio… También se me ocurre – no sé si la
idea resulte demasiado peregrina – vincular esta ausencia de ciudad con
la pervivencia de nuestros nacionalismos que son, en un mundo de fronteras cada
vez más desdibujadas, la más franca expresión del anacronismo
y la reacción y que, sin embargo, se podrían explicar a partir
de estas ausencias. Es decir, se nos han escamoteado la ciudad y la nación,
el sentido de pertenencia a un lugar, y sólo se nos ocurre ponernos folklóricos.
A Víctor Hugo le
preocupaba, hacia principios del siglo diecinueve, que el libro hubiera matado
a la ciudad, crónica de piedra; así lo expresó en su novela
Nôtre Dame de Paris:
Thus, until the coming of Gutenberg, architecture was the main, the universal form of writing. This book of granite was begun in the Orient, carried on by Greek and Roman antiquity, and the last page was written in the Middle Ages.2Un siglo más tarde, hacia 1924, a Louis Aragon le preocupó, más concretamente – y, por supuesto, este hecho es más pertinente para nuestra actualidad, puesto que de aquí podría arrancar– la haussmannización de París, según se evidencia en su novela Paris Peasant:
The great American passion for city planning, imported into Paris by a prefect of police during the Second Empire and now being applied to the task of redrawing the map of our capital in straight lines, will soon spell the doom of these human aquariums [passages].3En esta novela híbrida, Aragon incluye diversos textos, entre éstos numerosos anuncios de pequeños comerciantes que, expropiados, se ven forzados a vender sus mercaderías y equipo; por citar algún ejemplo:
THE BD HAUSSMANN BUILDING SOCIETYAhora, a casi un siglo de distancia, el problema fundamental es el automóvil. Con la implantación de los suburbios – orientación urbanística enemiga de la ciudad – se separa al individuo de la ciudad, que termina perdiendo el sentido de la obra, de la realidad urbana legible. Las estadísticas más recientes sugieren la inverosímil cifra de dos automóviles por cada tres habitantes, en una isla proverbialmente pequeña. Con este fenómeno, cuyos orígenes se remiten a los últimos cincuenta años, se acaba de desvanecer una ciudad que acaso nunca pudo ser, como proféticamente cantó Pablo Milanés: "ala que cayó al mar, / que no pudo volar", intertextualizando los versos de Lola Rodríguez. Como elemento disgregador del aura de la ciudad, según la definió Walter Benjamin,6 Susan Buck-Morss comenta acerca del automóvil:
Several of the small tradesmen who have been victimized for the benefit of huge enterprises such as the Galleries Lafayette 4 are, we learn, on the point of seeking relief from the competent judicial authorities. But there can be no doubt that the City of Paris was fully aware of all the underhand deals and corrupt practices which have studded the history of the Boulevard Haussmann Building Society.
What is quite certain is that, at the very least, the compensation payments should have been allocated equitably. But the majority of the members of the Town Council – and this is a matter of public scandal – are shamefully involved in the misappropriation of public funds, and got themselves elected solely in order to pursue such activities.
Now, it may not be long before we learn some interesting facts. And thanks to the legitimate indignation of these shabbily treated tradesmen, it will be possible to lift the veil concealing the skullduggery of our aediles and of certain big financial sharks.5
Today it is clear to any pedestrian in Paris that within public space, automobiles are the dominant and predatory species. They penetrate the city's aura so routinely that it disintegrates faster than it can coalesce.7Por otra parte, Saúl Yurkievich comenta que el automóvil se convierte – con el poeta Apollinaire – en un símbolo, "no de un mero desplazamiento espacial, sino del acceso de una era a otra."8
Más que terminar en algún lugar, la ciudad de San Juan hoy se escurre en suburbios que se escurren y se confunden, a su vez, con suburbios escurridos de otras ciudades. Los límites entre los espacios urbanos y los rurales quedan borrosos en un Puerto Rico que llegó al siglo XXI como un nublado híbrido de isla-ciudad-suburbio-exurbio. […] de todas las novedades técnicas, [el automóvil] ha sido el responsable de las alteraciones más significativas en los aspectos físicos de la ciudad.9Para Henri Lefebvre, la burguesía no ha creado en cuanto clase; ha reemplazado la obra arquitectónica y urbanística – de la que disfrutaron los antiguos – por el producto; el valor de uso por el valor de cambio. La conciencia social, entonces, traslada su punto de referencia de la producción al consumo, al fetiche de la mercancía. Se oponen, así, el valor de uso (la ciudad y la vida urbana, el tiempo urbano) y el valor de cambio (los espacios comprados y vendidos, el consumo de productos, bienes, lugares y signos). A estos efectos, señala:
La ciudad y la realidad urbana son reveladoras del valor de uso. El valor de cambio, la generalización de la mercancía por obra de la industrialización, tienden a destruir, subordinándosela, la ciudad y la realidad urbana, refugios del valor de uso, gérmenes de un predominio virtual y de una revalorización del uso.10La conciencia de la ciudad se atrofia tanto como la realidad urbana. A partir de esta alienación –que se traduce en un esfuerzo impotente hacia la conservación de la estructura y la coherencia, en el conflicto entre una densa red de comunicaciones y el aislamiento de la conciencia individual, en la introducción masiva de lo aleatorio y de la oposición entre tecnificación y subjetividad – se suscita la ilusión ontológica que confunde ser con representación. ¿Quiénes somos? ¿Nos interesa aún hacer ciudad? ¿Es aún posible?